Decía, (hace dos años) el ex-Ministro
de Trabajo, Celestino Corbacho, que su Ministerio no era el responsable de
crear empleo y por lo tanto, que de los dos millones de parados que había a su
llegada, se haya duplicado sobradamente esta cifra, tampoco es su responsabilidad.
Tenía razón Corbacho, pero solo a
medias. Es cierto que el Ministerio de Trabajo no genera empleo directo, pero
si es el responsable de establecer las condiciones imprescindibles para que eso
ocurra: Fomentar los acuerdos entre Patronal y Sindicatos; dictar la leyes que
modifiquen las condiciones de trabajo; y como Gobierno, favorecer el acceso a
los recursos financieros y, casi lo mas importante, impulsar la investigación y
desarrollo de las empresas y la correspondiente formación técnica de los
trabajadores.
En este mundo globalizado, la
competencia que tienen que soportar los productos “made in spain”, tanto en el
mercado interior como en el de las exportaciones, es muy importante y no solo
en precio, también en conceptos menos tangibles como la calidad, diseño, el
valor añadido…en una palabra, hay que ser muy competitivos.
No se trata de analizar aquí las
teorías económicas de Keynes, Smith o cualquier otro prestigioso
economista. Ni siquiera nos detendremos en “el
mercado laboral de búsqueda” que supuso el Premio Nobel de Economía 2010
para Diamond, Mortensen y Pissarides.
Solo citaré, por su originalidad, aunque resulte políticamente incorrecto, uno
de sus postulados: “Cuanto más generosas sean las indemnizaciones y prestaciones por
desempleo más elevado es el paro y más largos son los tiempos de búsqueda (de
empleo)”.
La reactivación de los mercados es el
más eficaz motor de la economía, la demanda global requiere un aumento de la producción y esta
genera a su vez una mayor necesidad de medios productivos humanos y
tecnológicos.
Enunciado
tan elementalmente, la cuestión parece sencilla, solo que el primer eslabón de
la cadena, el mercado, es cada vez más exigente, existe una creciente
competencia y no es fácil de conquistar. Si me lo permiten, expondré, para más
claridad, una experiencia personal.
El sector azulejero de Castellón
contaba en 1996 con 220 fábricas en un área geográfica que no abarcaba siquiera la extensión de la
provincia. La producción conjunta de todas ellas era de unos 250 millones de
metros cuadrados anuales. Italia, primera potencia cerámica con una producción
que doblaba a la española, 500 millones de metros cuadrados, (China llegaba a
los 900 millones de metros cuadrados, pero no exportaba todavía), copaba gran
parte de los mercados norteamericano, europeos y asiáticos. La clave estaba en
el tipo de producto que españoles e italianos fabricaban. El azulejo italiano
era muy superior en diseño y calidad y la relación calidad – precio mas
ajustada que la de nuestra producción.
Transcurridos apenas cinco años, las
producciones se habían igualado en 600 millones de metros cuadrados, las
fábricas españolas invirtieron grandes cantidades de dinero en tecnología,
diseño y mejora de la calidad de sus productos, introduciendo, en especial, el
porcelánico cuyo mercado internacional correspondía por completo, hasta ese
momento, a los italianos. Nuestras fábricas alcanzaron una media del sesenta y
cinco por ciento de exportación y la demanda de mano de obra fue tan
significativa que el sector llegó a emplear a mas de 25.000 personas entre
directos e indirectos, muchos de ellos gaditanos.
No fue fruto de la casualidad: Los
bancos creyeron en el sector y aportaron los imprescindibles créditos, los
empresarios invirtieron en tecnología, investigación, diseño, calidad y
marketing y los empleados adquirieron la capacitación tecnológica
imprescindible. La demanda creció hasta el punto de hacerse necesario el
trabajo a tres turnos, incluso los fines de semana para algunas secciones
productivas.
Llegamos pues a la conclusión de que
es el mercado el que impone su ley y ganar mercado supone la conjunción de
esfuerzos, desde el Gobierno, con una política impositiva razonable que no grave mas de lo necesario la
productividad; el imprescindible capital, haciéndose accesible; el
empresariado, invirtiendo en investigación y desarrollo de sus empresas,
aportando valor añadido a sus producciones,
y los sindicatos, defendiendo los legítimos intereses de los
trabajadores sin perder la perspectiva del interés común que no es otro que el
éxito y la pervivencia de la empresa.
Así se salió de la crisis de 1993, y
si no es así, difícilmente saldremos de la que ahora nos agobia. Nada de eso se
esta haciendo.
Un dato más. El Foro Económico Mundial publica anualmente el Índice de Competitividad Global. España ocupaba la decimotercera
posición en 2004, subiendo al duodécimo al año siguiente, 2005. El año 2009, ya
habíamos caído al lugar 29 y en el
avance de 2010, nuestro país ya no
figuraba entre los 30 mas competitivos. Difícil
situación, con tendencia a empeorar, si no se hacen las cosas
correctamente.
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