sábado, 22 de septiembre de 2012

GENERALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA


(Publicado en el Diario de Cádiz el 31 de Enero de 2011, no ha tenido que ser actualizado, todo sigue igual...)


          Los seres humanos, desde los tiempos de los que tenemos memoria, hemos sido protagonistas de los actos más heroicos y de las más detestables acciones criminales. Si, en el momento de nacer, colocáramos en los dos platillos de una hipotética balanza, en un lado nuestros valores positivos y en el otro los negativos, es posible que, salvo en los casos en los que la genética tenga una gran influencia, el fiel permanecería inalterable de su centrada posición.


          Pasan los años y cada uno/a va desarrollando su personalidad,  el fiel de la balanza comienza a inclinarse, y ya no volverá nunca al punto de partida. Conforme vayan sucediéndose experiencias de  todo tipo, y las influencias externas de los padres, amistades, familia, profesores o medios de comunicación social, afecten  más directamente, y con más fuerza, en su formación, el ser humano, compone su personalidad.


          Es decir, son muchos los factores que configuran nuestra personalidad: genética, ambiente social, amistades, educación…Pero de todos ellos, la formación, la adquisición y asunción como propios de determinados valores es lo mas decisivo.


          Aquellos cuyo índice de la balanza, por una u otra circunstancia, se ha desplazado hasta posiciones extremas, se convierten, por un lado, en potenciales héroes, y por el otro, en un peligro para sus semejantes, estos últimos han llegado a tal grado de degeneración humana que, por imposible que nos resulte de entender, para ellos las vidas ajenas no tienen ningún valor.


          Más simple: quienes han tenido la suerte de adquirir durante su formación valores positivos, desarrollaran estos valores haciendo a sus semejantes destinatarios de su afecto, su ayuda, su compañía, su amor, hasta llegar al extremo de sufrir y padecer por los demás.


 Por el contrario, quienes, para su propia desgracia y la de sus semejantes, la vida les ha llevado a una total ausencia de valores positivos, son capaces de cometer los más execrables crímenes. Pero no se llega a los extremos que hoy nos entristecen de una forma súbita. Existe una gradación en el crimen. Un pequeño delito impune, anima a su autor a intentar otro de más gravedad, siempre se justificará  para seguir delinquiendo y en último caso culpará a “esa sociedad que lo ha hecho así”. En realidad esa sociedad, que no ha corregido adecuadamente los pequeños desvíos iniciales, es, hasta cierto punto, co responsable.


          Los dos extremos, de esa hipotética balanza que usamos como ejemplo, nos llevan del amor sublime que todo lo da, al odio enfermizo que  es capaz de inmolarse, si con ello logra la muerte del mayor número de personas inocentes posible, de prender fuego a un templo, estrellar un avión o hacer estallar unos explosivos en unos trenes llenos de pasajeros.


Universalmente reconocidos por la entrega y amor a sus semejantes, Gandhi, Sor Teresa de Calcuta, son solo dos ejemplos de los millones de seres humanos cuyo paso por la Tierra ha dejado una huella importante y positiva para la humanidad. No morirán nunca, porque su recuerdo permanecerá por siglos.


Seguimos hablado de seres humanos, pero al otro lado del espectro y encontraremos personajes como Osama Bin Laden, De Juana Chaos, asesinos en serie, terroristas, pederastas, violadores,… gente sin escrúpulos, para los que la vida humana ha perdido todo valor.


Y en medio de esos extremos nos encontramos el común de los mortales, solo que aquí también hay diferencias y muy grandes. Junto a quienes viven sus vidas como meros espectadores de cuanto ocurre a su alrededor, incapaces de aportar lo más mínimo, sin que las imágenes, no por frecuentes menos dramáticas, de muertes masivas debidas a la extrema pobreza, (dejar morir de hambre también es terrorismo) catástrofes naturales, crímenes o actos terroristas, conmuevan sus corazones. Incapaces de sumar su pequeño esfuerzo económico, de denuncia o de presencia, al de  otros ciudadanos mas responsabilizados.


No hablo ya de quienes, siguiendo una vocación de servicio, han orientado sus vidas hacia la seguridad, la salud,  la subsistencia o el consuelo humano y espiritual de quienes no tienen ni lo más imprescindible. Médicos, Fuerzas de Seguridad, Misioneros, Militares, Bomberos, que abandonan la comodidad del llamado Primer Mundo, para acudir allí donde se les requiere, donde nadie, sino ellos, consiguen, a veces con riesgo de sus propias vidas, llevar algo de consuelo a tanta necesidad.


Hablo de lo que podemos hacer desde aquí, cada uno desde donde se encuentre. Nos excusamos con frases como: “es tan poco lo que puedo aportar, que no serviría de nada”, “las ayudas nunca llegan a los necesitados, los líderes africanos se encargan de ello”, o, “denuncias y a los cinco minutos ya están en  la calle” y muchas más que apenas sirven para descargar un poco nuestras acomodadas conciencias.


          Nos quejamos constantemente de aumento de la violencia a nuestro alrededor. Vandalismo callejero, agresiones a profesores y sanitarios, violaciones, robos con violencia, amenazas terroristas, violencia domestica, pederastia, estafas, robos y todo tipo de manifestaciones, de lo peor de la especie humana. A veces mucho más cerca de nosotros de lo que nos gustaría, y ¿Qué hacemos? Habitualmente mirar para otro lado, no comprometernos, no denunciar, no defender a las victimas. Esconder la cabeza debajo del ala y, en esa postura, es posible que un día nos sorprenda una acción violenta de la que seamos victimas.


          La violencia, lo hemos dicho más arriba, tiene etapas, y no erradicarla en sus inicios, no corregirla cuando todavía “son cosas de tres incontrolados”,  puede degenerar en sangrientos episodios, como los que nos sorprenden a diario en demasiadas partes del mundo. 

1 comentario:

  1. Verdaderamente nos desentendemos de lo que ocurre a nuestro alrededor, y somos complices de todo lo que ocurre.
    Convendria fomentar otros valores y actitudes como comprensión, tolerancia y empatía; nos iría a todos mucho mejor.
    Fernando C.

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