(Publicado en el Diario de Cádiz el 3 de Marzo de 2012 a raiz de unas manifestaciones muy violentas en Valencia y Barcelona de estudiantes y agitadores profesionales, que fueron manipuladas burdamente por algunos medios y políticos)
Desde que empecé en
esto de escribir en la prensa, hace ya unos años, me puse una línea roja absolutamente invulnerable: no
publicar ni un solo párrafo, referido a un hecho concreto, cuyo contenido no haya sido previamente
comprobado y, a ser posible, por diversas fuentes.
No voy a dar lecciones
a nadie, y me consta que los periodistas profesionales no las necesitan, pero
en las mismas páginas donde publico, leo, a veces, columnas de opinión, narrando
acontecimientos concretos que, desde mi punto de vista, están poco
documentadas, a veces con una descripción
tendenciosa de los hechos y, en
muchos casos, directamente manipuladoras.
Sabedores del efecto
que muchas veces tienen sobre la opinión pública las opiniones de personas
conocidas, y hasta con un determinado prestigio, algunos políticos olvidan que
las páginas de un periódico no son la plaza pública y aunque el responsable de
lo que se escribe no es otro que su autor, no debería aprovecharse la
generosidad del medio para el adoctrinamiento partidista.
Lo que se espera de
estas personas son opiniones fundamentadas, serias y responsables, y cuando
relatan algunos hechos, que el relato se corresponda con la realidad
contrastada.
Todas las opiniones
son respetables, excepción hecha de quien defienda actitudes de violencia de
algún tipo, cuando quien la emite lo hace desde el convencimiento, cuando
reflejan los pensamientos sinceros del que opina, por muy dispares que sean con
las nuestras. No son cuestionables las ideas y las manifestaciones de quienes
no coinciden sinceramente con nosotros.
Lo que no admite,
desde luego, ninguna interpretación, son los hechos. Ahí no se permite el
devaneo, la intencionalidad, el engaño. Las cosas pasan de una determinada
forma y no de varias. No se pueden narrar hechos acontecidos, en los que no
hemos estado presentes, por referencias ajenas no exentas de intencionalidad.
Si no se tiene una información contrastada de lo sucedido es preferible
obviarlo antes que contar lo que no fue.
No estoy teorizando,
me refiero a hechos concretos que suceden cada día y que, según quien los
describa, parecerán una cosa u otra. Eso se llama desinformación y se convierte
en un arma política porque crea opinión, convence de determinado perfil de
ciudadano que no investiga la realidad de los hechos y admite como cierto todo
lo que aparece en los medios de comunicación, incluida Internet. Que lo hagan
los partidos políticos, faltando a la verdad, no es ético, pero es parte del
“juego político” (¿Se llamará así porque juegan con los ciudadanos?). Lo que no
es admisible es que lo hagan quienes luego presumen de mantener una postura neutral
y crítica con los errores de unos y otros.
Ya se que todo seguirá
igual y quien escribe con una idea fija lo seguirá haciendo, fiel a una ética
muy personal, a sabiendas de lo que hace y con la intención que lo hace. Incluso
si con ello se echa una mano al deterioro de la paz social de la que hemos
disfrutado los españoles, a pesar de la que está cayendo, durante los últimos
tres años, y que vemos ya alterada día si y otro también.
Se anuncia, por sindicatos y partidos de la
oposición al Gobierno, un “otoño caliente”, sin medir las consecuencias de
imagen exterior que tanto y tan gravemente puede perjudicar a España. Hay
medios, tertulianos y agitadores profesionales, que jalean las revueltas y
justifican a sus promotores, naturalmente que mientras no vayan contra ellos,
pues cuidadito, que las carga el diablo. Los grandes incendios empiezan por una
pequeña chispa. Luego, cuando crece, se hace incontrolable. Por favor, no
jueguen con fuego.
En efecto, querido compañero, la experiencia dió origen al dicho y cargadas por el diablo, cuando hacen explosión se lleva por delante muchas veces todo lo que encuentra sin discriminación, pero en este caso, barruntando algunos, que van a entrar en el saco de los inculpados, unos y otros, un bando y el adversario, entonces correrán el riesgo, vociferarán y tratarán de dirigir la corriente de indignación sobre quien tiene el poder actualmente, por su incapacidad para eliminar el cáncer que nos corroe, y así enarbolar de nuevo la bandera salvadora. Pero... ¿lo vislumbrará la masa arrolladora, o se dejará manipular una vez más?.
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