Se cumplen
justo quinientos años desde que, encarcelado en San Casciano, Maquiavelo
escribiera su obra cumbre, El Príncipe, publicado años más tarde, en 1531 y
dedicada a Lorenzo II de Medici, como regalo y respuesta a las acusaciones de
conspiración contra los Medici que le habían condenado.
Maquiavelo
crea doctrina, el Maquiavelismo, y en ella aconseja a los príncipes (los
políticos de hoy) que deben conseguir ser amados y temidos al mismo tiempo,
pero “como estas dos relaciones es muy raro que existan al mismo tiempo, es
preferible ser temido que amado, el pueblo puede que se olvide del amor, pero
el temor le perseguirá siempre”.
Maquiavelo
aconseja a los príncipes (hoy políticos que nos gobiernan) que deben ser
temidos pero no odiados, para lo que deben “abstenerse de interferir con los
bienes de sus súbditos, ni con sus esposas, ya que un subordinado olvida antes
la muerte de su padre que la pérdida de sus riquezas”.
Nuestros
políticos no son comparables a Maquiavelo, y sus políticas no merecen el
calificativo de maquiavélicas, ellos no se han limitado a ser temidos, han dado
un paso más y han logrado, seguramente sin proponérselo, ser odiados y
considerados como uno de los problemas más importantes del país.
La corrupción
generalizada y el mal gobierno han llevado a los ciudadanos a desconfiar de sus
políticos hasta el punto de no ver alternativas fiables para sustitución de lo
que hay. El gran problema, asociado con una Ley Electoral desfasada y
manifiestamente mejorable, es la falta de unos líderes políticos en quien
confiar.
Pronto se
convocarán elecciones, otras más, en un ciclo casi ininterrumpido de procesos
electorales, entre europeas, generales, autonómicas y locales. Nuestros
políticos están en permanente campaña electoral y dedican más tiempo y recursos
a cuidar su imagen pública, asistencia a actividades populares, fotos, besar
niños y cuidar a esos colectivos que pueden decantar unas elecciones, en lugar
de trabajar en la realización de los programas por los que fueron elegidos.
Superado El
Príncipe, el manual de nuestra clase política se centra en lograr el odio, no
el temor, porque los bienes de los súbditos (hoy ciudadanos) están siendo
“interferidos”, en palabras de Maquiavelo, y de qué manera. Los recortes en
sueldos más importantes, proporcionalmente, son los de la clase media que
todavía conservan su puesto de trabajo; el aumento constante de impuestos,
locales, autonómicos y generales; desproporcionado incremento de precios, vía
impuestos, de servicios esenciales como el agua, los combustibles o la
electricidad.
Mientras esto
es una realidad cotidiana que ya ha llegado a nuestros bolsillos, son escasos,
tímidos y nada significativos los “ajustes” en las administraciones públicas,
auténtico cáncer de nuestra economía y causa del desorbitado endeudamiento público.
Los bancos, ya
rescatados, solo miran sus cuentas de resultados, sin que el crédito fluya a
los particulares y pymes, con lo que el consumo interno no despunta, y las
empresas pequeñas y medianas bastante hacen con sobrevivir, las que sobreviven,
claro, y no están en situación de crear puestos de trabajo.
Si Maquiavelo
levantara la cabeza, se sentiría superado por nuestros políticos actuales. El
maquiavelismo es apenas el preámbulo de la perfidia y falta de escrúpulos con
los que se conducen muchos de nuestros políticos.
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