Hace unas semanas, en un artículo en el
que comentaba el resultado de las elecciones europeas, decía que España sigue
siendo diferente, como rezaba el eslogan turístico de los años 60 “Spain is
defferent”.
Algún
lector, molesto por la referencia, me argumentaba que eso era cosa del pasado,
que hoy España es un país con un sistema político democrático homologable con
cualquiera de nuestras vecinas democracias europeas.
Es
cierto, la democracia española, tras más de treinta y cinco años de ejercicio,
se ha consolidado como una monarquía parlamentaria aprobada en referéndum por
una gran mayoría de españoles, , por el momento, porque ya he oído a un
dirigente de Izquierda Unida anunciar que, si la izquierda ganara las
elecciones municipales de 2015, ocurriría como en 1931 y España volvería a ser republicana.
El
artículo no iba por ese camino (quería hablar de lo que nos hace diferentes), ,
pero antes de volver a mi argumento diferenciador, si quiero dejar claro que en
2015 lo que se va a elegir son los gobiernos locales, no un cambio de régimen y
que las elecciones de 1931 las ganaron los monárquicos aunque no supieron
defender su victoria, empezando por el propio Rey Alfonso XIII.
Volvamos
al “Spain is different”: Pretendía explicar que, mientras en Europa, en
general, las elecciones las ha ganado la derecha (aquí también, que conste), la
extrema derecha ha irrumpido con mucha fuerza en democracias como Francia,
Noruega o Austria, mientras que en nuestro país quienes han obtenido resultados
significativamente mejores, aunque minoritarios, han sido los partidos de
extrema izquierda, entre los que Podemos, que justifica incluso algunas acciones
violentas, ha sido el verdadero triunfador de las elecciones, no por haberlas
ganado, que no lo ha hecho, sino por haber surgido de la nada con una fuerza inesperada
incluso por ellos mismos.
Consecuencia
directa de este resultado ha sido un desplazamiento de los partidos tradicionales
de izquierdas, PSOE e IU, hacia el extremo, en un intento desesperado y erróneo
por recuperar los votos perdidos. Y digo erróneo porque no son los votos de
Podemos, al menos no muchos, los que PSOE ha perdido, sino los del centro
izquierda, como los que ha perdido el PP están situados en el centro derecha,
que mayoritariamente han ido al desencanto y la abstención.
Así,
PSOE e IU han radicalizado sus posturas y muchos de sus dirigentes cambian su
discurso de consenso y tolerante con la monarquía a pedir un referéndum o un
cambio de constitución que restaure la república.
Otro
síntoma de la radicalización son las continuas alusiones a la revisión del
Concordato con la Santa Sede, el continuo hostigamiento hacia los católicos y
la jerarquía de la Iglesia Católica, ignorando, o pretendiendo ignorar que,
todavía, un 72 por ciento de los españoles
confesamos profesar la religión Católica, o la inmensa labor asistencial
que realiza a través de sus obras, entre las que destaca Caritas y cuyo coste
económico supone un considerable ahorro para el Estado.
Por
cierto que no es el hecho religioso lo que les incomoda, es exclusivamente la
Iglesia Católica la que les molesta y no, por ejemplo, la creciente presencia
de musulmanes en nuestra sociedad. Con esos no se atreven porque saben cómo se
las gastan con quienes se declaran sus enemigos o simplemente se permiten
cuestionarlos.
Analizando
las razones del crecimiento de la extrema derecha en Europa, parece que su
éxito lo han basado en un nacionalismo excluyente y el euroescepticismo que
provoca la llegada masiva de emigrantes africanos y asiáticos que ya se cuentan
por millones en los países con más alto nivel de desarrollo.
Por
el contrario, en nuestro país, el nacionalismo excluyente se ha hecho fuerte en
las comunidades vasca y catalana y su “enemigo” no son, por ahora, los cientos
de miles de emigrantes africanos, a los que Cataluña ha incorporado a los
movimientos secesionistas con la idea de hacer número.